A veces la reacción es durísima: "¡Basta de errores!". Otras, conciliadora: "¿Qué podemos hacer para evitar las erratas?". Y también hay momentos de resignación: "¡Otro error! ¡Tragame, tierra!" Los tres casos muestran que el riesgo de una equivocación persigue implacable al editor de un diario y cuando aparece estalla y disemina la vergüenza y la culpa. En ocasiones es un errorcito de tipeo; otras, de ortografía, a veces una confusión y hasta llegó a escaparse una mala palabra o una distracción pesada. En algunos casos hay que hacer una avergonzada rectificación y en otros no tan dolorosa, pero siempre es inquietante, ya sea por algo nimio o por algo enorme. El lector siempre se da cuenta y espera la corrección, en honor de la credibilidad del medio. Ayer nuestra errata fue un título de tapa, "Destinos ideales par unas minivaciones", que atravesó todos los controles. Por ello pedimos disculpas.